La metáfora de la tormenta emocional
Cuando te sientes con mucho estrés es probable que físicamente lo sientas más en el pecho y la barriga. Tienes un montón de pensamientos en tu cabeza y emociones que te generan malestar. Es como una tormenta emocional que estalla dentro de ti. Y mientras la tormenta te arrastra, no hay nada efectivo que puedas hacer. Estás a merced de los elementos, ¿verdad?
Supongamos que tu barco navega hacia el puerto justo cuando estalla una gran tormenta, ¿cuál es tu principal prioridad?
Amarrarlo o echar el ancla lo más rápido posible. Y pasa lo mismo con nosotros. Cuando las tormentas emocionales explotan, lo primero que debemos hacer es echar el ancla. Y obviamente eso no hará que la tormenta se vaya; las anclas no controlan el clima, pero nos mantendrá firmes hasta que pase la tormenta.
Tres pasos para el anclaje
Todos los ejercicios de anclaje siguen una estructura repetitiva de tres pasos, que se puede recordar por las siglas RVC:
R: Reconocer tu experiencia interior.
V: Volver a tu cuerpo.
C: Comprometerte con el mundo.
R. Reconocer tu experiencia interior.
El objetivo aquí es simplemente reconocer los pensamientos, sentimientos, emociones, recuerdos, sensaciones e impulsos presentes. A menudo es útil poner esto en palabras (en silencio o en voz alta), por ejemplo, «Aquí está la tristeza», «Estoy experimentando recuerdos dolorosos», «Tengo un sentimiento de ira».
V. Vuelve a tu cuerpo.
El objetivo es recuperar un sentido de autocontrol al enfocarse en lo que tiene más control cuando los pensamientos y sentimientos difíciles están presentes: las acciones físicas. Moverse, estirarse, cambiar de postura, sentarse erguido, ponerse de pie, caminar, alterar la respiración, estirar la columna vertebral, apretar el suelo con los pies, etc. Estas cosas ayudan a las personas a recuperar rápidamente el control sobre su cuerpo físico: un gran primer paso hacia cualquier tipo de acción física efectiva.
C. Comprométete con el mundo.
El objetivo ahora es expandir la conciencia: observar dónde se encuentra, qué está haciendo y qué puede ver, oír, tocar, saborear y oler. Esto no es para distraerse de los pensamientos y sentimientos, sino para darse cuenta de qué más hay además de ellos.
Puedes practicar el ejercicio de anclaje en cualquier momento, en cualquier lugar, en cualquier actividad, incluso cuando el clima emocional es maravilloso. Después de todo, incluso en un día cálido y soleado, un barco saldrá del puerto si no lo anclas. Y todos nosotros, a lo largo del día, repetidamente nos desviamos: a medida que nos vemos atrapados en nuestros pensamientos, nuestra atención se desvía de lo que estamos haciendo.
A lo largo del día, cada vez que te des cuenta de que te has “quedado frito”, ya sabes, que te has quedado atrapado en tus pensamientos y sentimientos y no estás realmente concentrado o comprometido en lo que estás haciendo, echa el ancla. Haz una versión de diez segundos de cualquiera de los ejercicios que hemos visto de mindfulness: reconoce los pensamientos y sentimientos que han capturado tu atención, luego regresa a tu cuerpo y toma su control, después observa el mundo que te rodea, dónde estás, qué estás haciendo, a qué huele. Y luego vuelve a centrar tu atención en aquello que necesitas hacer.
También es bueno practicar esto en todas esas situaciones difíciles, pero no demasiado desafiantes que siguen apareciendo durante todo el día, por ejemplo, cuando estás atrapado en una cola o en un atasco de tráfico, o llegas tarde a una cita, o tus hijos tardan una eternidad en prepararse, o acabas de cometer un estúpido error que juraste que nunca volverías a cometer, o alguien acaba de decir descuidadamente algo que te ha molestado. Si practicas mucho cuando estés ligeramente ansioso, enfadado o molesto, estarás mucho mejor preparado para cuando estallen esas grandes tormentas emocionales. Y, a la inversa, si no lo practicas regularmente, no podrás hacerlo cuando más lo necesites.

Autor: Melissa Hernandez Ledesma
Psicóloga especialista en ansiedad y gestión de conflictos