¿Cómo reaccionamos frente a un conflicto?
El conflicto tiene el potencial de desarrollar resultados positivos o negativos, oportunidades para el cambio positivo y, al mismo tiempo, para la destrucción. Esto depende de algunas actitudes y creencias negativas que subyacen entre las partes.
Pero antes de entrar en materia debemos saber qué es un conflicto. Hay muchas definiciones de conflicto, pero nos vamos a quedar con una de las más actuales, expuesta por Redorta (2007) “El conflicto es definido como una lucha, desacuerdo, incompatibilidad aparente, confrontación de intereses, percepciones o actitudes hostiles entre dos o más partes”.
Para afrontar el conflicto hay que hacer distinción entre resolver y gestionar, siendo siempre preferible gestionar el conflicto:
- Resolver un conflicto: reducir la intensidad o finalizar un conflicto.
- Gestionar un conflicto: conocer sus circunstancias y afrontarlo de modo que permita conseguir resultados satisfactorios para las dos partes.
Cuando nos encontramos con diferentes personas ante un conflicto no solo hay que tener en cuenta lo que se ve desde fuera…
Nuestro cerebro sigue funcionando como el de nuestros antepasados hace miles de años. Para sobrevivir por ese entonces debían interactuar con muchos peligros. Se sabe que las emociones primarias siguen siendo las mismas que las de estos antepasados (alegría, miedo, tristeza, asco). Estas emociones tienen unas funciones básicas para la supervivencia. Antaño, el cerebro tenía que fijarse en todas las características del ambiente para poder detectar el peligro y actuar en consecuencia. En primer lugar, se manifestaría el miedo para, posteriormente, seguirle otras emociones secundarias con sus respectivas conductas. A día de hoy no tenemos el peligro de que un león venga a comernos, o al menos no la mayoría. Sin embargo, nos enfrentamos a situaciones de estrés constante como los pagos de facturas, las notas de la escuela, el cuidado de nuestros mayores, encontrar trabajo, etc. Todo esto activa el sistema nervioso simpático y aumenta el cortisol. Llegados a este punto, se actuará de una manera u otra, en función de si se tienen herramientas o no. Cuando aumenta el cortisol porque tenemos un problema y nuestras herramientas no son válidas o no conocemos cómo gestionarlo, nuestro cerebro se estresa aún más. Lo que ocurre es que nuestro cerebro no sabe distinguir entre un peligro real y uno imaginado. Por ejemplo: un divorcio, la disolución de la empresa familiar, un conflicto vecinal…Todo esto no es solo el conflicto visto desde fuera, sino cómo estoy viviendo yo el conflicto.
Si yo veo que puedo gestionar adecuadamente el conflicto mi nivel de cortisol será equilibrado. ¿Pero qué pasa si no puedo gestionarlo? Mi cerebro comenzará a aumentar el nivel de cortisol imaginando que hay un peligro real, del nivel un león va a comerme ya, traduciéndose todo esto en supervivencia.
El cortisol por sí solo no es malo, sino que tiene que ser adaptativo en cuanto a la situación. Será bueno que nuestro cortisol aumente si veo que mi hermana se está ahogando en una piscina. Y será negativo que el cortisol aumente demasiado si tengo que dar una conferencia.
Ante el miedo se activan 2 tipos de respuesta: lucha o huida. En el conflicto si se activa la lucha me enfrentaré a la otra parte verbal o físicamente, no escucharé a los demás, etc. Si se activa la respuesta de huida entonces evitaré la situación y no voy a contestar a la otra persona. Ante esto, el cerebro va acumulando cortisol, creciendo el estrés. Cada vez se va sumando más estrés que, si no se tienen las herramientas adecuadas para reducirlo, desencadenará en ansiedad. Entre los síntomas más característicos se encuentra la aceleración del ritmo cardíaco, el cuerpo se tensa, se aprieta la mandíbula…
En los conflictos familiares siempre hay que tener en cuenta que cada miembro de la familia tiene sus propias necesidades. Estos conflictos afectan a las identidades personales y necesidades psicológicas más que cualquier otro. Afectan la identidad de otros, como los niños, abuelos y otros familiares. Y no solo eso, sino que también lo hace a la identidad de la familia como sistema interpersonal, económico y social.
Como psicóloga y mediadora siempre me voy a encontrar personas que tienen un conflicto consigo mismas o terceros, y la situación se puede resumir en que no han sabido gestionar el conflicto. Por lo tanto, se puede concluir que en la mayoría de los casos estas personas tendrán niveles de cortisol muy altos. Esto, junto a otros factores, mostrarán en consecuencia dificultades de la comunicación, tensión emocional entre las partes, las herramientas que tienen no las van a poder utilizar bien porque generan un comportamiento defensivo o de huida, la capacidad de escucha disminuye, etc. Se crea un bucle del que cuesta salir. Y aunque el conflicto fuera hace 2 o 3 días, el solo recordarlo genera en el cerebro los mismos mecanismos de defensa de los que venimos hablando.
Sin embargo, aquí os propongo algunos tips para poder gestionar mejor los conflictos:
- Prestar atención a la escucha activa:
(Recoger información: radar de riesgos y oportunidades) Significa un esfuerzo para atender, concentrarnos en su discurso, de forma honesta, abierta y desprendida. - Hacer uso del parafraseo:
Resumir lo que dice la otra persona, pero dándole una connotación positiva.
“¿Lo que usted quiere decir es…?” Corríjanme si no le he entendido… “¿Entonces su punto de vista es…?” “¿Lo que usted está diciendo es…?” “¿Usted piensa que…?” - Aprende a Identificar tus intereses y los de la otra parte con las siguientes preguntas:
¿Para qué? (No ¿por qué?), ¿Qué le gustaría que sucediera?, ¿Qué quiere tener mañana?, ¿Qué es lo que realmente le importa?
Ponlos en práctica a la hora de gestionar cualquier conflicto y si todavía te quedan dudas lo podemos trabajar en consulta.
Nuestra especialista en conflictos Melissa Hernandez, está aquí para acompañarte. En TusNua puedes encontrar apoyo profesional, sin tener que desplazarte, y cuando nos necesites.

Autora: Melissa Hernandez
Psicóloga especialista en conflictos