La Inteligencia Emocional y su influencia en el Bienestar
La Inteligencia Emocional (en adelante IE) es un concepto relativamente nuevo en el ámbito de la psicología. Fue acuñado por primera vez por Peter Salovey y John Mayer con la publicación del artículo Imagination, Cognition and Personality en el año 1990. No obstante, la difusión masiva y popularización del concepto de IE se debe al psicólogo y periodista estadounidense del New York Times Daniel Goleman quien, en el año 1995 publicó el best seller Inteligencia Emocional.
Daniel Goleman define la inteligencia emocional como:
La capacidad de motivarnos a nosotros mismos, de perseverar en el empeño a pesar de las posibles frustraciones, de controlar los impulsos, de diferir las gratificaciones, de regular nuestros propios estados de ánimo, de evitar que la angustia interfiera con nuestras facultades racionales y, por último -pero no, por ello, menos importante-, la capacidad de empatizar y confiar en los demás (Goleman, 1995, p.88)
Hasta la irrupción del concepto de IE, en general, se consideraba que éxito en la vida estaba íntimamente relacionado con la inteligencia racional, cognitiva o cociente intelectual (también conocido como CI). No obstante, como indica Goleman, tener un elevado cociente intelectual no es suficiente para asegurar una vida exitosa, pues sin un correcto dominio de nuestras emociones, pasiones e impulsos, es muy complicado alcanzar los objetivos que uno se propone en la vida.
Múltiples investigaciones científicas realizadas hasta la fecha han demostrado que la IE está vinculada con la salud mental y física y con el rendimiento académico y profesional. En definitiva, podríamos decir que la IE influye en nuestro bienestar general. Por este motivo, es importante que tengamos en cuenta la IE como un conjunto de habilidades de gestión emocional y social primordiales para un redimiendo satisfactorio en nuestro contexto vital.
La buena noticia es que las competencias emocionales pueden entrenarse y que, por lo tanto, está en nuestra mano aumentar nuestra satisfacción vital. En el último apartado de este artículo Las dimensiones de la IE y ejemplos de estrategias para fomentar su rendimiento explicaremos brevemente los componentes de la IE y expondremos estrategias para entrenar cada uno de ellos. Pero antes, describiremos brevemente qué son las emociones, ya que son las protagonistas de la temática que estamos tratando.
Las emociones
Existen múltiples definiciones de emoción. No obstante, gran parte de la comunidad científica coincide con la propuesta de Lang quien define la emoción como un fenómeno multidimensional que se activa ante un estímulo desencadenante y elabora una triple respuesta:
- Activación del estado psicofisiológico del organismo (aumento de la frecuencia cardíaca, sudoración, respiración agitada, temblores, etc.).
- Respuesta cognitiva (pensamientos asociados al estímulo desencadenante y a las propias reacciones fisiológicas).
- Respuesta conductual (evitación, acercamiento, ataque, etc.)
De esta manera la emoción se trata de un cambio fisiológico que genera en nosotros una acción o movimiento a partir de la percepción que tenemos de nuestro entorno y de nosotros mismos. Por ejemplo, la ira promueve la agresión cuando percibimos una injusticia y el miedo la huida cuando percibimos una amenaza.
Existen diferentes tipos de emociones. Por un lado, están las emociones básicas o primarias, que son innatas (presentes desde el nacimiento), universales (las compartimos todos los seres humanos de todas las culturas), de procesamiento automático (no requieren de la conciencia para expresarse), libres de influencia sociocultural y distintas entre ellas. Paul Ekman defiende la existencia seis tipos de emociones básicas: el miedo, ira, tristeza, sorpresa, alegría y asco. Por otro lado, están las emociones secundarias que resultan de la combinación de las emociones primarias, son más duraderas y complejas y están muy condicionadas social y culturalmente. La culpa, la vergüenza, el amor, el resentimiento o la nostalgia serían ejemplos de emociones secundarias.
Existen varios modelos teóricos que definen la inteligencia emocional y sus componentes. En este artículo nos centraremos en el modelo de Daniel Goleman para explicar las diferentes dimensiones de la IE. Veréis, a continuación, cómo dentro de cada dimensión de la IE explicamos brevemente una estrategia para desarrollarla:
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Autoconocimiento emocional: hace referencia a la capacidad de identificar qué emoción se está sintiendo y por qué. Una estrategia que ayuda a fomentar el autoconocimiento emocional es la práctica de mindfulness, también conocida como atención o conciencia plena. Se trata de una técnica basada en la meditación que justamente pretende lograr un profundo estado de conciencia de sí mismo y libre de juicios. Consiste en dirigir la atención a nuestros estados internos y simplemente observar, sin modificar nada, aceptando lo que está ahí.
- Autorregulación emocional: hace referencia a la capacidad de expresar de manera adecuada las emociones y actuar en consecuencia con eficacia. Se trata principalmente de la habilidad de disminuir la duración e intensidad de las emociones negativas e incrementar la presencia de las positivas en nuestro día a día. Una estrategia eficaz para fomentar la autorregulación emocional es cuestionar los pensamientos que tenemos. No todo lo que pensamos es cierto. En ocasiones los pensamientos magnifican ciertas situaciones o sólo ven el lado negativo de las mismas. Conviene pararse a reflexionar sobre la veracidad de esos pensamientos, lo que ayuda a disminuir la intensidad de las emociones negativas.
- Automotivación: la motivación es un estado interno que mueve a las personas a realizar acciones que le dirigen a conseguir algún fin concreto, tanto a corto, medio y largo plazo. Mantenerse motivado a uno mismo implica compromiso, iniciativa y optimismo, siendo capaz de dominar las frustraciones que pueden aparecer en el camino hacia el logro. Una estrategia que ayuda a desarrollar la automotivación es evitar quejarse. La queja es pasiva, pues no invita a la acción, únicamente a expresar nuestra impotencia. Para automotivarnos es recomendable huir de la queja y centrar nuestros esfuerzos en identificar qué podemos hacer para cambiar, si es posible, la situación que nos desagrada.
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Empatía: hace referencia a la capacidad de identificar las emociones de las otras personas a partir del análisis de los aspectos verbales y no verbales de la comunicación. Para mejorar la empatía una buena estrategia es practicar la escucha activa. La mayor parte de las veces escuchamos para contestar, no para entender. La escucha activa consiste en atender tanto a los componentes verbales como no verbales de la comunicación con el otro con el objetivo de entender en su totalidad el mensaje que nos está transmitiendo y ofrecerle una retroalimentación para que sepa que lo estamos comprendiendo.
- Habilidades sociales: son un conjunto de pensamientos, emociones y conductas que aumentan nuestras posibilidades de mantener relaciones interpersonales satisfactorias y evitar que los demás nos impidan lograr nuestros objetivos. Para fomentar nuestras habilidades sociales conviene, en primer lugar, tener claros cuáles son nuestros derechos asertivos para que podamos ponerlos en práctica tanto con nosotros mismos como con los demás, ya que si no conocemos nuestros derechos no los podremos defender. Algunos ejemplos de derechos asertivos son elegir si queremos o no dar explicaciones o el derecho a cambiar de opinión.

Autora: Sandra Noguera
Psicóloga especialista en Inteligencia Emocional